A menudo, asumimos con demasiada alegría los cánones establecidos por las reglas universales de la competencia, invirtiendo las escalas de valores tradicionales que funcionan como reguladoras de nuestra relación con la sociedad.
Deportivamente, el niño asume desde temprana edad las consignas que le trasmitimos los adultos, ser el mejor jugador, formar parte del mejor equipo y ganar la mejor liga. Continuamente solemos decir que lo importante es que "los niños se lo pasen bien", cuando en realidad lo que realmente queremos decir es que, si no triunfan nos quedará ese consuelo.
El niño está perfectamente capacitado para descifrar los códigos de conducta de los padres, educadores y entrenadores deportivos, y será esta conducta la que marque preferentemente sus pautas de comportamiento en el ámbito social y deportivo, independientemente de los mensajes maquillados que les intentamos trasmitir los adultos. Un gesto de contrariedad ante un fallo, una excesiva alegría ante un acierto, un comentario explicito sobre las excelentes cualidades de un compañero, les está indicando nuestra verdadera escala de preferencias, por lo que asumen que han de divertirse pero siendo los mejores.
No me siento capacitado para discernir entre la bondad de esta actuaciones, entre sus ventajas o desventajas, entre sus aciertos o fracasos, por lo que tampoco me atrevo a plantear ninguna solución definitiva, pero tengo el convencimiento de que es necesario cambiar el sentido de la pirámide de la presión social, colocando en su base la fuerza y energía que tiene la persona intrinsica, proyectándola en un solo punto al exterior.
Resumiendo, me gustaría estar convencido de que,"lo importante es que se lo pasen bien”, pero de verdad.